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Un libro es un libro

Un libro es un libro

 

Esta entrada debería tratar sobre la traducción. Ya lo sé. Al fin y al cabo es el blog de una traductora. Pero la traductora también es madre y con tres lo es a tope. Y con toda la parafernalia de los regalos navideños, que en caso de nuestra familia hispano-polaca no son solo del Papa Noel (para nosotros el Angelito) sino también del San Nicolás y de los Reyes Magos, con el cumple de uno de los peques de paso – como si fuera poco con tres celebraciones en un solo mes, me topé con un libro bien conocido, un viejo amigo, convertido en un reclamo de algo bien distinto. Pero por partes. Gracias a Dios todavía existen librerías. Estas oasis en un mundo lleno de birria comercial absurda y spots publicitarios, que solo venden a gente guapa, exitosa y exquisita… pues los susodichos sitios todavía perduran para que una persona inteligente y de gustos más refinados por fin pueda respirar y sentirse a gusto, sin que la achaquen con ofertas irresistibles, muestras gratis, necesidades creadas al instante y deseos a la carta. No fue aquella una librería propiamente dicha, sino una papelería del pueblo, un lugar encantador en el que a parte de la prensa, productos varios de papelería también vendían libros. Había un montoncito apetecible de libros infantiles en el mostrador y me dispuse a revisarlo. El libro es un a posición obligatoria en la lista de regalos de mis hijos, sea cual sea la ocasión, así que respiré con alivio pensando, que si encontrase algo interesante allí, podría ahorrarme un viaje al centro, donde el así llamado ambiente navideño era ya infumable, con un mar de personas por todos lados y ¨Last Christmas¨de Wham de banda sonora. Los libros infantiles suelen entrar por los ojos - yo por lo menos primero me fijo en el diseño gráfico y después leo el título. Así que de pronto sonreí al ver a una chica pelirroja bien conocida, subida en un columpio. ¡Si es Ana! - pensé. Ana de las tejas verdes de Lucy Maud Montgomery, la protagonista por excelencia de mi infancia. “El libro que inspiró la serie de Netflix”, leí el eslogan en letra grande, impreso en una banda de papel que envolvía el libro tapaba completamente el nombre de la autora. Dejé de sonreír de inmediato. La serie de Netflix - ¡por Dios! Como si fuera la mayor distinción para un libro. La lectura relevada a la enésima posición ante lo fácil, lo del mando a distancia y las palomitas de maíz. Y la coca cola. Puff – pensé – me estoy haciendo vieja. En mis tiempos, pensé, se leía por leer, por el propio placer de ello, sin que nadie tuviera que convencernos con trucos baratos de que merecía la pena. No leían los tontos. Los vagos. Y ahora parece ser al revés. No te exijas nada, ve a lo fácil. La vida a la carta y la infancia en bandeja. Un libro merece la pena porque lo han convertido en una serie de televisión? Qué absurdo. Cogí el libro, pagué y me lo llevé a casa. Lo bueno – pensé, es que no tenemos Netflix. Así mi hija puede leerlo primero y decidir si merece la pena ver la serie en Internet. Y no al revés.

 

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